El dragon azul

Un dragón sin su princesa puede apagar su fuego interior con apenas dos lágrimas. Un dragón enamorado puede tornar cereza el cielo de la tarde. Un dragón feliz puede agregar un día más a la eternidad. (para mejor lectura del blog, comience por leer el post más antiguo, abajo de todo)

Thursday, November 02, 2006

Oscuros pensamientos, esperanzas claras

Querida princesa,

Desde tu primera carta mis días son más despejados, hace casi una semana que no ando lloviendo por ahí, con tormentas de rayos, inundaciones o aguaceros.
Sólo he llovido un poco por las plantaciones del pueblo vecino, que siempre sufren mis cambios de humor, y hace tiempo merecen una lluvia tenue para que sus naranjas crezcan jugosas.
¿Sabías que los dragones llovemos?
No, no es una metáfora. Los humanos suelen confundir nuestra respiración íngea con el lugar que preferimos para vivir. Hay quienes insisten que nos gustan los lugares volcánicos, donde el calor es el rey, pero se equivocan. Nuestro fuego no se apaga con el agua, pero sí puede refrescarnos. Por eso casi todos mis familiares viven en lo profundo de ríos y lagunas, bebiendo cuanta agua pueden meter en sus panzas, para no recalentarse e incendiar bosques y
selvas.
También tenemos la capacidad de llevar a las nubes, arrastrándolas con nuestras alas. Y con nuestro aliento podemos disolverlas o hacerlas llover. Y si estamos de mal humor los tornados pueden ser catastróficos.
Por suerte, desde que te encontré, estoy en una etapa soleada.
Sin embargo, en las últimas horas he recibido una carta algo perturbadora, y quisiera saber algo acerca de tu tía:
¿Sabés si recibió hace poco la visita de una comitiva real de los países helados?
Quizás no se trate de tu reino, pero mencionó en una carta que envió a sus embajadores a un país cuya princesa no quería salir de la torre más alta de su castillo. Y de inmediato pensé en vos.
Espero tus noticias.


Calfumán
el dragón azul


La venganza, el camino de la soledad

Estimada princesa Karkaroff,
Creo que desde un cominezo a malinterpretado mis intenciones.
No deseo formar parte de ninguna alianza que genere más sufrimiento a los humanos, y que termine convenciéndolos que los dragones somos lo que cuentas las leyendas europeas.

Cuentan que en las tierras Kollas, la esposa de un jefe tribal recibió la triste noticia de que su marido había sido muerto en una emboscada, al pasar desde las tierras de los Volcanes a los lagos al sur de la Quebrada del Cultrunamún. Ella supuso que el único capaz de hacerlo era un antiguo enemigo de su marido, el jefe de los Pujllaihueque.
Apenas confirmó, por uno de los supervivientes, que de las rocas dónde provino el derrumbe mortal había visto plumas de cóndor, un elemento habitual en los atuendos de los Pujllaihueque, ella ordenó formar un ejército que arrasaría con aquel pueblo vecino.
Pero no conforme con su poderío, invocó a Huayrapuca, el Viento Colorado, una dragona solitaria que vive escondida en la cordillera de los Andes.
Huayrapuca no estaba muy feliz con los Pujllaihueque porque mataban más condores de los necesarios para adornar sus indumentarias, así que aceptó volar al frente de la avanzada.
En el primer ataque barrieron con el pueblo entero. Sólo sobrevivió un viejo. Se había alejado del pueblo porque era el encargado de conseguir las plumas de los cóndores. Tardaba cada vez más en su tarea porque recorría cientos de laderas buscando cóndores muertos para sacarles sus plumas y enterrarlos luego, con honores, por donar sus plumas a los Pujllaihueque.
Nunca habían matado un sólo cóndor.
El viejo mostró su último manojo de plumas, las había encontrado en un lugar muy peligroso, después de un derrumbe que había matado a toda una expedición. Y como él ya estaba viejo y no podía bajar a sacar las piedras que sepultaban a los muertos, regresaba al pueblo por ayuda, porque las pieles de los infortunados viajeros era como la suya, así que suponía que era un gurpo de Pujllaihueque.

A veces uno no mira correctamente la señales.

Le ruego, querida princesa que averigüe un poco más antes de tomar una desición de la cuál pueda arrepentirse, como mi querida Huayrapuca.
Le envió una página que encontré en un antiguo manuscrito dónde podrá verla.
Y quizás al recordarla, no cometa un error.

Suyo

Calfumán el dragón azul